»Señor: que nunca me quede indiferente ante las almas»
Surco
Ninguno de nuestros amigos, en ningún momento de su vida, debería dar al Señor la contestación de este hombre paralítico: «no tengo a nadie que me ayude». Porque «esto podrían asegurar, ¡desdichadamente!, muchos enfermos y paralíticos del espíritu, que pueden servir… y deben servir.