En la antigua Persia, san Jacobo, por sobrenombre “Interciso”, mártir, que, en tiempo del emperador Teodosio el Menor, renegó de Cristo por congraciarse con el rey Isdegardes, pero al reprenderle ásperamente su madre y su esposa, entró dentro de sí y se presentó intrépido ante Varame, hijo y sucesor de Isdegardes, confesando que era cristiano, a consecuencia de lo cual, el rey, airado, dio contra él sentencia de muerte y mandó que lo despedazaran miembro a miembro y se le decapitara († hacia el año 420).
«La viuda fue al templo a adorar a Dios, a decir al Señor que está sobre todo y que ella le ama». Siente que debe realizar un gesto por el Señor y «da todo lo que tenía para vivir». Y este gesto suyo «es algo más que generosidad, es otra cosa». Elige bien: sólo el Señor. Porque «se olvida de sí misma. Podía decir: pero, Señor, tú lo sabes, necesito de esto para el pan de hoy… Y esa moneda volvía al bolsillo. En cambio, eligió adorar al Señor hasta el final».
No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? —Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco ni en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des.
